Por qué lo matan a Jesús?
Schkeuditz ¿Por qué lo matan a Jesús?
La respuesta no es tan sencilla como nos puede parecer hoy.
Por un lado su muerte es consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo, rechazo a sus enseñanzas y en último caso rechazo a su persona. No todos quienes plantean este rechazo es gente malévola, salgamos de las versiones cinematográficas, tanto los sacerdotes, como los escribas, y los fariseos no todos eran gente depravada, que se opusieran a Jesús porque éste gozaba de buena prensa y corría el riesgo sus pingües negocios. Sino que había también gente religiosa que pretendían ser fieles a la voluntad de Dios, que para ellos estaba definida en la ley de Moisés.
La disyuntiva que se planteaba es: ¿Era Jesús ese profeta mesiánico de quien hablaban las escrituras como creían algunos de los que le seguían, o era el anti profeta oportunista que seducía al pueblo y lo alejaba de la religión judía?
Algo difícil de resolver, ya que por un lado Jesús iba claramente contra la Ley y contra el Templo, signos de un anti profeta. Pero por el otro, los signos de amor a todos que hacía, eran una muestra de que Dios estaba con él, como dijo el mismo Nicodemo.
Lo mataron porque denunció que esas autoridades religiosas utilizaban tanto a Di-s como a la religión para oprimir al propio pueblo. Pero ellos, pensaban que era el propio Di-s el que legitimaba ese dominio sobre la gente sencilla. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.
El Señor no era un inconsciente ni mucho menos un loco, masoquista, sino que se dio cuenta que los jefes religiosos querían eliminarlo[i]. Es importante entonces poder descifrar que razones tenía Jesús para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le acarrearía la muerte, tomando responsablemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el verdadero peligro (Herodes Antipas lo creía la reencarnación de Juan el Bautista, que él mismo había mandado a decapitar). Para Jesús ser fiel a sí mismo y a Dios, era más importante que salvar su vida, hecho valorable, ya que permitió que lo mataran para demostrar que la única manera de servir a Di-s es ponerse del lado de los oprimidos. Tengamos en cuenta que no solo se trató de su muerte física, sino de la total aniquilación y escarnio de toda su persona ante la sociedad. Pensemos entonces que la muerte de Jesús, fue consecuencia de su vida, y de sus enseñanzas.
La resurrección ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?[ii]
Cuántas veces, en nuestro andar cotidiano, necesitamos que nos digan: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¿Cuántas veces buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana ya no estarán?.
La encarnación no ha sido una programación por parte de Di-s para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librara de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Porque esas decisiones fueron las adecuadas ya que nos ha marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación.
Pero este Jesús siempre desafía nuestra fe, ya que una vez resucitado, se pudo haber ido caminando desde el sepulcro a Jerusalén, y mostrarse en el templo, o golpear la puerta de la casa de Pilatos, o de Caifás, o de Anás, pero El simplemente eligió ser visto en primer lugar, por una mujer[iii], esa misma mujer que es mencionada tanto en los evangelios canónicos como en los otros, y que tan solo era una mujer dentro de esa sociedad patriarcal y encima tildada de pecadora, gracias a la comunidad de Lucas[iv], sabemos que Jesús la liberó de 7 demonios.
En el comienzo del Medioevo, durante la homilía de un equivocado papa, es cuando se la tildó de prostituta, a raíz de la confusión con la María de Betania o con la mujer adúltera que no se denomina en el evangelio de Juan[v], en Europa también se la legendarizó como la supuesta pareja de Jesús, argumento que aún hoy persiste. Pero lo que no debemos olvidar es que María de Magdala, fue una discípula de Jesús muy valiente y leal, ya que fue testigo presencial de los acontecimientos de la crucifixión, ella vio como la soldadesca golpeaba y humillaba al justo ante una multitud que pedía que lo crucifiquen, también escuchó la sentencia de muerte para Jesús, permaneció, junto con otras mujeres al pie de la cruz tratando de consolar a su rabí mutilado. Merecía que Jesús le concediera el privilegio de ser testigo temprana de su resurrección y que todos los demás supiéramos por sus propias palabras que el Señor Jesús venció a la muerte.
Convertiste mi lamento en danza; me quitaste la ropa de luto y me vestiste de fiesta[vi]
En el camino a Emaus[vii], se nos habla de dos personas acongojadas sus sueños e ilusiones les fueron arrebatados, ambos iban camino al crepúsculo, probablemente la puesta del sol les jugó una mala pasada, ya que seguramente fueron encandilados por el astro descendiente, es por eso que no reconocieron al Maestro, que recién reconocen en la cena común cuando parte el pan, Jesús tiene la habilidad de que todas las cosas tengan sentido en nuestras vidas, y su presencia no es solo nuestra, se hace nuestra cuando la compartimos al igual que el pan y el vino. Los cristianos no debemos ir hacia el ocaso, sino hacia el oriente, al igual que los primeros israelitas que salieron de Egipto hacia el amanecer[viii]
Es también probable que los discípulos hayan seguido juntos en el aposento alto donde habían celebrado la pascua, pero su actitud me hace recordar un poema de Jorge Luis Borges:
“Y la ciudad, ahora, es como un plano
De mis humillaciones y fracasos;
Desde esa puerta he visto los ocasos
Y ante ese mármol he aguardado en vano.
Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
Me han deparado los comunes casos
De toda suerte humana; aquí mis pasos
Tejen su incalculable laberinto.
Jorge L. Rodaro
[i] (Lc. 13:31-33)
[ii] (Lc. 24: 5)
[iii] En el relato de Mateo se habla de dos mujeres
[iv] (Lc. 8:3)
[v] El 21 de septiembre de 521, Gregorio I ofreció misa en la Basílica de San Clemente de Roma, y de allí proviene su famosa homilía
[vi][vi] Salmo 30: 11
[vii] (Lc. 24: 13- 25)
[viii] (Nm. 21:11)